The Village School - Jan Steen |
Para ir cerrando el tema de las publicaciones anteriores propongo el tema de la abdicación y el dejar que los demás crezcan, referido en el Cap. III - "El Afecto", del libro que arriba mencionamos. He aquí algunos fragmentos para ustedes:
La decisión misma de dar es poner a quien recibe en una situación tal que ya no necesite lo que le damos: alimentamos a los niños para que pronto sean capaces de alimentarse a sí mismos; les enseñamos para que pronto dejen de necesitar nuestras enseñanzas. Así pues, a este amor-dádiva le está encomendada una dura tarea: tiene que trabajar hacia su propia abdicación; tenemos que aspirar a no ser imprescindibles. El momento en que podamos decir «Ya no me necesitan» debería ser nuestra recompensa; pero el instinto, simplemente por su propia naturaleza, no es capaz de cumplir esa norma. El instinto desea el bien de su objeto, pero no solamente eso, sino también el bien que él mismo puede dar. Tiene que aparecer un amor mucho más elevado -un amor que desee el bien del objeto como tal, cualquiera que sea la fuente de donde provenga el bien- y ayudar o dominar al instinto antes de que pueda abdicar; y muchas veces lo hace, por supuesto. Pero cuando eso no ocurre, la voraz necesidad de que a uno le necesiten se saciará, ya sea manteniendo como necesitados a sus objetos o inventando para ellos necesidades imaginarias; lo hará despiadadamente en cuanto que piensa (en cierto sentido con razón) que es un amor-dádiva y que, por lo tanto, se considera a sí mismo «generoso». No solamente las madres pueden actuar así. Todos los demás afectos que necesitan que se les necesite -ya sea como consecuencia del instinto de progenitores, o porque se trate de tareas semejantes- pueden caer en el mismo hoyo; el afecto del protector por su protégé es uno de ellos.
Particularmente, este lo cito pensando en mí. Como alguien dijo: Ojalá que ustedes puedan llegar, a donde yo no lo he hecho...
[…] Mi profesión -la de profesor universitario- es en este sentido muy peligrosa: por poco buenos que seamos, siempre tenemos que estar trabajando con la vista puesta en el momento en que nuestros alumnos estén preparados para convertirse en nuestros críticos y rivales. Deberíamos sentirnos felices cuando llega ese momento, como el maestro de esgrima se alegra cuando su alumno puede ya «tocarle» y desarmarle. Y muchos lo están; pero no todos.