Contemplar lo pintado: el hombre y la perfección.

La Creación de Adán, Capilla Sixtina [fragmento] - Michelangelo Buonarroti

Terminó su febril trabajo el hombre que tantas cosas ha hecho nacer nuevamente. Caminando en compañía de su mecenas, con pasos humildes y entregado al constante misterio… Súbitamente es interrumpido, quien estaba retraído por otro que se divertía con tal espectáculo de colores, figuras y formas. Le pregunta:

-¿Qué has visto Michelangelo?

Vaciló en contestar. No encontraba respuesta. Finalmente apeló a la sinceridad que lo hizo grande, y dijo el hombre que fue el pincel y el cincel de Dios:

-La perfección salida de las manos de Dios.

Me pregunto, ¿qué ha sido y qué es de esa perfección llamada hombre? ¿Habrá oportunidad para un renacimiento? Ensayo muchas respuestas, pero todas me llevan al Misterio. Y me retraen, al principio y al final. Lo cotidiano llama nuevamente, y es aún más profundo el misterio, más obscuro…

¿Es en este mundo que has visto la perfección, Miguel Ángel?

Todo tiene que ver con Todo

Camareras - Mijaíl Lariónov
[Galería Estatal Tretiakov, Moscú - RUS]


“El hombre es la única criatura que se niega a ser lo que es”.
Albert Camus.

Lo que nos viene preocupando se llama Ética [1]. Y podría alguien lícitamente preguntarse: “¿Y qué tiene que ver la Ética con el hombre?”, refiriéndose a la citación que inaugura el divague. La respuesta es sencilla, y tal vez, a primera vista, no tan evidente: Todo.

Dice Aristóteles del alma que está en todo y toda en cada una de sus partes. Dice el filósofo A. Millán-Puelles que la Filosofía toda está en todo, y toda en cada una de sus partes; y en la Metafísica está la Ética y en la Ética la Metafísica. 

Y podría esa misma persona preguntarse ahora, en medio de una inexplicable -o tal vez no- confusión mental: “¿Y qué tiene que ver la Metafísica, el alma, Aristóteles y ese español conmigo, el tema anterior y ... [completar a gusto]?”. Superando el temor de ser reiterativos -y siendo efectivamente reiterativos- diremos: Todo.

“Puesto que una Ética que no tuviese en cuenta la naturaleza humana, el ser mismo del hombre sería una ética utópica, superetérea, vagorosa, sin raíces en la realidad” [2].

Y concedámonos el beneficio de suponer que esta persona continúa inquiriéndonos, dirá ahora: “¿Y qué tiene que ver todo esto con la frase citada de Camus?”. Adivine usted, carísimo lector, cuál será nuestra respuesta. Sí: Todo. ¿Está ya nervioso? ¿Irritado? ¿Simplemente disgustado? ¿O habremos, tal vez, despertado en su fecundísima inteligencia alguna inquietud? ¿Se sentiría más cómodo si empezásemos a explicar algunas cosas? Ciertamente dirá usted: “No, no algunas cosas. Quiero que me explique Todo”. Pues bien ya que es éste su deseo, y es esa nuestra tarea, unimos voluntades e inteligencias y hagamos algo…

El hombre tiene una naturaleza, y es capaz con sus hechos de afirmarla o negarla. Tiene un ser y puede actuar libremente frente a él. Es decir, puede obrar conforme o disconforme con su ser, su naturaleza. Diré entonces que con mi comportamiento soy coherente (humano) o incoherente (inhumano) con mi propio ser, según mi propio ser. ¿Por qué podemos decir esto? Precisamente porque el hombre tiene naturaleza. Por esto mismo, cuando obremos conforme a nuestra naturaleza humana estaremos libremente afirmando nuestro ser. Y cuando obremos en contra de nuestra naturaleza humana estaremos, en consecuencia, negando nuestro ser. Concluiremos entonces, parcialmente, que el comportamiento éticamente recto es una libre afirmación de nuestro ser, no teórica, sino práctica. Mi comportamiento calificable de un modo ético o moral es un comportamiento tal que, o con él libremente soy coherente con mi propio ser de hombre o, por el contrario, me comporto de una manera inhumana, incoherente con las exigencias de mi propio ser de hombre.

¿Y no podríamos acaso decir, que el hombre no tiene ninguna naturaleza, sino más bien que la va haciendo durante su vida? Es una buena observación. Pero insuficiente. El hombre, en tanto que ser humano limitado, inmerso en la historia y sujeto a todo tipo de corrupciones, no se da a sí mismo el ser, sino que una vez implantado en el ser, se va configurando desde la realidad propia del ser humano. Para mí sería mejor decir que me construyo, “me hago a mí mismo”, merced de mi libertad sobre la base de lo que ya soy: precisamente un hombre, y no otra cosa.

Y así como me afirmo libremente, libremente puedo negarme. ¿Puedo realmente negarme? ¿Puede efectivamente el hombre negar su ser en el sentido de aniquilarlo? Partiendo de la experiencia nos encontramos con dos sucesos, observables, de irrefutable valor argumentativo: el suicidio y los hechos. Cuando alguien conscientemente planea suicidarse manifiesta una cierta tendencia a la aniquilación. Podrá decir: “yo no soy”, y en cuanto afirmación teórica es válida; disparatada, irrealizable, pero teórica. El hecho de decir “No soy” no implica realmente que yo no sea. Puedo decirlo una y mil veces, sin embargo sigo siendo lo que soy aunque no quiera serlo. No sucede así con el suicidio: éste es evidentemente un tipo de negación del ser, mediante la supresión voluntaria de la existencia. El segundo ejemplo que poníamos era el de los hechos: podemos desmentir nuestra índole humana, negar nuestro ser, con hechos. Y actuar así es lo que comúnmente se llama actuar contra natura. Ahora bien, este actuar contra naturam (contra la naturaleza) puede darse de dos maneras: en uno mismo, en otro hombre. ¿Un ejemplo? La tortura. Decimos que torturar a otra persona es inhumano. ¿Qué es, pues, lo inhumano? Respondemos en oración, tal como nos enseñara nuestra seño de primaria: Lo inhumano es la negación práctica de lo humano.

“En este mal trato –la tortura– el hombre niega su propio ser desentendiéndose de la identidad específica que ese otro hombre tiene con él. Y la niega no en el sentido que la niegue teóricamente en el otro. No: considera que el otro es hombre también (si considerara que es una piedra no cometería ninguna falta moral). Considera que es hombre también, y sin embargo, lo maltrata. Justo en ese maltrato hay un comportarse inhumanamente, un atentar contra la naturaleza humana que le es común, compartida” [3].

Por todo lo cual podemos decir que toda conducta inmoral es una degradación del ser del hombre. En el fondo lo reprochable de las conductas inmorales es la negación de la propia naturaleza humana. Y por esto es importantísima la Antropología. Si no conocemos lo que el hombre es en su esencia, no quede duda que lo negaremos con nuestras obras en suexistencia. Contrariamente, toda conducta moralmente correcta es una libre afirmación de nuestro ser de hombres, una afirmación práctica. O me comporto humanamente y corroboro que soy un hombre, o no lo hago, y con mis obras niego lo que soy.

Tal vez ahora entendamos un poco más a Camus. Por cierto: ¿Qué es el hombre?

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NOTAS.
[1] Toda la reflexión que aquí he hecho, la he seguido del texto “Ética y Realismo”, A. Millán-Puelles, Rialp, Madrid, 1996. Todas las notas y citas destacadas pertenecen al mismo.
[2] Millán-Puelles, Antonio; p. 15 ss. 1996.
[3] Ibid., pp. 18 y ss.