Eco y las opiniones

Echo - Alexandre Cabanel
[Metropolitan Museum of New York, New York - US]

Antes te acusé, divina deidad, de ser tú la responsable de opiniones malditas. Y recordé tu historia. Estás y eres maldita, pues te maldijeron. Y aún así, podrías bien decir si bien hablar escuchases. Pero no depende de ti lo que escucho, pues repites. Y a eso te condenaron.

Eco de palabras ajenas. Y el problema es cuando tú eres los otros. O cuando los otros se teomorfizan. Aprender a vivir, sin amargarse, será aprender a escucharte y desestimarte. Que nada me turbe, ni nada me espante.

Ya no eres ninfa, ni perteneces al mundo de los mortales. Desde tu muerte a hoy sólo vives en el aire. Y no eres nadie, sólo el resonar del otro. Eres el vehículo de amigos y de enemigos. Llevas y traes sin intenciones, y martillas todas las intenciones.

No eres culpable ni inocente. No tienes conciencia, y eres inconsciente. Eres el otro, y eres yo mismo. Un presencia en la vida de todos, despreciada por ninguno. Repetir lo que dicen, siempre, los otros

¿Serás siempre el decir mío del otro? ¿… del otro?

La insoportable otredad

Eco y Narciso - John William Waterhouse
[Walker Art Gallery, Liverpool - UK]

En la era de la hipercomunicación, (mejor: de la hipertransferencia de datos e información), la mirada del otro se me vuelve insoportable. Es una mirada anónima, cobarde y estercórea. Se mira lo que alguien hizo público, tal vez sin descubrir nada de la vida privada, y se juzga. Somos juzgados también en nuestras buenas intenciones. No ya por nuestros actos, expresiones, ademanes o dichos. No. Es todavía peor. Somos juzgados por imágenes, por dónde y cómo aparecemos. Un juicio moral, taxativo y categórico, basado en una imagen, en un momento. Eres tú, Eco. Opiniones rapaces.

¿Por qué tengo que soportarlas? Si cada uno las tiene, como es evidente… ¿No sería mejor callaras? ¿Acaso no sabemos que esa imagen es tan sólo eso y no otra cosa? ¿Por qué juzgar lo que alguien es, lo que yo soy, según cómo aparece, según dónde estoy?

Y cuando tengo la lamentable experiencia de escuchar estas opiniones, estos juicios, salidos de boca de gente que conozco; ¿cómo ocultar el asco y la ira que me provocan? ¿No sabrán ellos que, aunque no aparezcan en la foto, tengo paciencia y padecimientos? Otra vez, ¿por qué tengo que escucharlos, o leerlos? 

Y así la otredad se me vuelve tanto más insoportable cuanto más subjetivo deviene el otro. Claro, no podrá ser de otra manera. Y por supuesto, no me quedará otra que envenenarme la sangre. Ante esto, me ausento. Produzco una amnesia memorística, para seguir... Sonrío y saludo a todos, al otro, que tanto daño produce y le oculto mi asco, que mucho mal le hará.

Juzgar es sojuzgar.

El silencio de Dios

Christus im Grab II - Wilhelm Trübner
[Pinakothek der Moderne, München - DE]

Frente a lo bochornoso de la vida, a lo ruidoso de las circunstancias que me rodean, a las voces insoportables que me hablan... hay un silencio inmutable, una ausencia: un sonido que se hace escuchar y no permite que lo percibamos.

La vida destruye completamente a una amiga, y se vale de personas. Pero no de cualquiera, sino de la que ella eligió para vivir. Tiene hijos y un perro. Auto y vacaciones. Una reputación social y una opinión sobre todo. Tiene un marido que la engaña. Antes no lo sabía, y ahora sí. No tiene nada…

Otro, tiene estudios y títulos. En base a ellos, aspiraciones profesionales. Tiene un proyecto y una meta: ser alguien de acá a diez años. Le comunican que también tiene una enfermedad: cáncer, y ya con metástasis. No tiene tiempo para todo lo que quiere…

Una pareja amiga, tienen todo solucionado. Propiedades, negocios, proyectos. Están casados, profesan un credo. Tienen una casa, una enorme casa. Pero vacía, y no de muebles. Ya visitaron innumerables médicos. Ella nunca quedará embarazada, y él no quiere adoptar. No tienen diálogo…

Con todos ellos hablo. A todos los escucho. No puedo tomar decisiones por nadie, ni puedo entenderlos completamente. Hay cosas que se me escapan. Y entre charla y charla, unos y otros me preguntan por Dios:

-¿Y ahora? ¿No decís nada? ¿Dónde está Dios?

No se me ocurre nada. No tengo que decir. No quiero hacerlo tampoco. Nada tiene sentido. Me abstraigo un poco, y de repente recuerdo el nombre de un libro, y la forma en que comienza. Esa es mi respuesta:


-Tu ne sais pas jusqu’où peut aller le silence de Dieu…