Esperar y desesperar

Sitzende Frau - Pablo Picasso
[Pinakothek der Moderne, München - DE] 

Cuando la desesperación sobreviene, se pierde el sentido. Se olvida el pasado, se obscurece el futuro. Todo el presente es confusión. Confusión de todas las cosas. Del pasado, y del futuro.

Cuando la desesperación sobreviene, se olvida el propio nombre. Se olvidan los hechos que nos trajeron hasta el aquí del hoy. Se diluyen las metas que fijamos para lograr más adelante.

Cuando viene la desesperación, es porque estamos frente a una gran decisión. Que ya hemos tomado. O hemos de tomar. Viene justamente, porque sabemos las dimensiones de lo que emprenderemos. Y nos parecen no ser suficientes nuestras fuerzas. O nuestras capacidades. 

Viene la desesperación porque lo que hay, en definitiva, es falta de seguridad; nos falta la confianza.

La confianza en nosotros mismos, por supuesto. Quien se conoce, quien es sabedor de sus propios límites, verá constantemente el jaqueo de sus facultades, de sus intenciones. La vida, y la infinidad de posibilidades que le son ínsitas, pueden cambiar cualquier plan en menos de un segundo, y así porque sí.

Cada vez que tomo una decisión, me sobreviene esta sensación de desesperación. Es una tentación, que me acecha. Es como el efecto de una cierta fuerza oculta que “tira para atrás”. Hay un miedo al fracaso. Y terror a frustrarse.

¿Cómo evadir estas situaciones? ¿En qué medida ayudan al crecimiento? ¿Es bueno desatenderlas? Sabiendo quién soy, ¿es suficiente confiar en mí mismo? Y cuando soy yo mismo el que desespera, ¿en quién confiar?

¿En quién esperar, cuando la desesperación sobreviene?

El mostrador y las ventas

Un bar aux Folies Bergère - Édouard Monet
[Courtauld Institute of Art, Londres - UK] 

Se escuchan discursos por todas partes. Discursos religiosos, políticos, económicos. Se escuchan además ensordecedores aplausos; de palmas obsecuentes. La mentira se muestra en muchas formas, en todas las que puede.

Todo lo que se me ofrece es irrespetuoso. Un mostrador que atiende a todas las necesidades, y cada discurso es una prostituta más. Mejor: una y la misma.

Es todo mentira, a nadie le interesa nada. Y a mí me preocupa. La vida nos va poniendo frente a nuevas realidades, a nuevas culturas, a nuevas necesidades. Pero, a la hora de buscar respuestas, terminamos, o al menos yo, siempre en el mismo mostrador… ¡y escucho la misma voz!

Promesas de unidad y de trabajo conjunto por las cosas que nos merecemos. Soluciones para todos, a cargo de unos pocos y ninguno. Respuestas que no ayudan a nadie. Una vez más, es todo mentira.

¿En qué lugar buscar nuevas soluciones? ¿O será mejor tener nuevos problemas? Es una idea... Ya que los eternos problemas (o los que veo venir desde largo tiempo) siguen teniendo siempre la mismas respuestas, pero nunca una resolución.

¿Por qué hacemos las cosas? ¿Quiénes nos representan? ¿Cuáles son sus intereses? ¿Todo se compra y todo se vende? ¿Está bien eso?

¿Qué decir? ¿Qué hacer? Y escucho de nuevo otra voz, otra vez la misma voz:

- Caballero... ¿Qué quiere señor?
- ¡Qué sé yo!
- También de eso tenemos...

Las cosas que amo

Caritas Romana - Peter Paul Rubens
[Hermitage Museum, San Petersburgo - RUS]

Me parece que no es la primera vez que enfrento estas sensaciones... De frío. De soledad. De abandono. De males. Una habitación. Horas de viaje. Un escritorio. La cama. Mis libros. Descalzarse. Personas. Un café por la mañana y otros tantos durante el día. Un güisqui a la noche. Al menos uno. Diálogos. Ideas. Música. Dios. Y lo más mío, que más amo: letras, palabras. 

Son cosas de todos los días. Son mías. Son mías en mis días. Y en mis noches.

Son sensaciones, y percepciones. Son momentos e instantes.

Todas las cosas son palabras. Las palabras son todas las cosas. Pero ninguna palabra es una cosa, tan sólo una.

Me imagino las peores situaciones. Describo muchas experiencias. En todas ellas finjo perderlas también. Me quedo sin sensaciones. Sin frío. Sin soledades. Sin abandonos. Sin males. Sin una cama. Sin lugares. Sin libros. Sin zapatos. Sin personas. Sin un café a la mañana, sin ninguno durante el día. Sin días. Sin güisquis. Sin días y sin noches. Sin diálogos. Sin los otros.

¿Sin ideas…? No. Sin… ¿música? No sé...  ¡Sin Dios?

Al final del día, al comienzo de la noche estoy allí. Otra vez yo y las cosas que más amo: las letras y las palabras.

Todas las cosas que no tengo vienen a mí, nuevamente a mí, porque tengo letras; las tengo todas juntas en palabras. Con las palabras construyo todas las cosas, sin palabras las pierdo todas.

Tengo palabras y de repente, tengo voz. Y la escucho. Ahora es un sonido. El mundo cabe en una palabra. Dios es una palabra. Pero en ninguna palabra cabe otra. Y por eso las amo.

¿En qué manantial he de beber la inspiración cuando la carestía de palabras?

Per carità!

¿Qué haría sin las cosas que amo? ¿Cuál es la más importante de entre todas las palabras? ¿Hay sólo una? ¿Que haría yo, entonces, sin al menos una y la más importante de mis palabras…?