La mort de Socrate - Jacques-Louis David [The Metropolitan Museum of Art, New York - USA] |
Hace un tiempo, ni muy lejano ni muy cercano, le recomendé a alguien la lectura de este libro. No sé si lo habrá hecho. Pero como todos los consejos que se dan deben ser primero practicados en uno mismo; así lo hice y me fui a leerlo yo mismo.
Hoy les quise compartir esto, esta primera parte. Me estremece. Me llena. Me emociona.
Cuando pones
la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud
inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el
resorte misterioso de un Ideal. Es ascua sagrada, capaz de templarte para
grandes acciones. Custódiala; si la dejas apagar no se reenciende jamás. Y si
ella muere en ti, quedas inerte: fría bazofia humana. Sólo vives por esa partícula
de ensueño que te sobrepone a lo real. Ella es el lis de tu blasón, el penacho
de tu temperamento. Innumerables signos la revelan: cuando se te anuda la
garganta al recordar la cicuta impuesta a Sócrates, la cruz izada para Cristo y
la hoguera encendida a Bruno; -cuando te abstraes en lo infinito leyendo un
diálogo de Platón, un ensayo de Montaigne o un discurso de Helvecio; -cuando el
corazón se te estremece pensando en la desigual fortuna de esas pasiones en que
fuiste, alternativamente, el Romeo de tal Julieta y el Werther de tal Carlota;
-cuando tus sienes se hielan de emoción al declamar una estrofa de Musset que
rima acorde con tu sentir; -y cuando, en suma, admiras la mente preclara de los
genios, la sublime virtud de los santos, la magna gesta de los héroes,
inclinándote con igual veneración ante los creadores de Verdad o de Belleza.
Todos no se extasían, como tú, ante un crepúsculo, no sueñan frente a una aurora o cimbran en una tempestad; ni gustan de pasear con Dante, reír con Moliére, temblar con Shakespeare, crujir con Wagner; ni enmudecer ante el David, la Cena o el Partenón. Es de pocos esa inquietud de perseguir ávidamente alguna quimera, venerando a filósofos, artistas y pensadores que fundieron en síntesis supremas sus visiones del ser y de la eternidad, volando más allá de lo real. Los seres de tu estirpe, cuya imaginación se puebla de ideales y cuyo sentimiento polariza hacia ellos la personalidad entera, forman raza aparte en la humanidad: son idealistas.
Definiendo su propia emoción, podría decir quien se sintiera poeta: el Ideal es un gesto del espíritu hacia alguna perfección.
Todos no se extasían, como tú, ante un crepúsculo, no sueñan frente a una aurora o cimbran en una tempestad; ni gustan de pasear con Dante, reír con Moliére, temblar con Shakespeare, crujir con Wagner; ni enmudecer ante el David, la Cena o el Partenón. Es de pocos esa inquietud de perseguir ávidamente alguna quimera, venerando a filósofos, artistas y pensadores que fundieron en síntesis supremas sus visiones del ser y de la eternidad, volando más allá de lo real. Los seres de tu estirpe, cuya imaginación se puebla de ideales y cuyo sentimiento polariza hacia ellos la personalidad entera, forman raza aparte en la humanidad: son idealistas.
Definiendo su propia emoción, podría decir quien se sintiera poeta: el Ideal es un gesto del espíritu hacia alguna perfección.
José Ingenieros, El hombre mediocre
Cap. I “La emoción del
ideal”.
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