¿Hombres “de” o “con” ideales?

Átropos o Las Parcas - Francisco de Goya
[Museo del Prado, Madrid - ESP]

Quise dedicarme por segunda vez al tema de los hombres y sus ideales. Pensé mucho antes de publicar aquél que lleva por título “Hombres de ideales… ¿Todavía hoy?”.

Y esto por pocos, pero interesantes, motivos. No sabía qué fuese más propio decir: “Hombres de  ideales…” u “Hombres con ideales…”.

A primera vista tal disyuntiva pareciera ser poca cosa. Bueno, depende también de la vista de cada uno. Porque en verdad fue para mí a primera vista un problema, y tan sólo luego de una segunda, tercera y muchas (muchísimas) más vistas, es que me decidí.

Explico un poco lo me planteé; sin dar tantas respuestas, más queriéndolas buscar.

En el primero de los casos pareciera que son los ideales los que poseen de alguna manera a los hombres. Son hombres “de” ideales. Esta preposición podría expresar lo que en otras lenguas con desinencias sería un caso genitivo. Como que pertenecen hasta casi naturalmente. Como cuando decimos que tal persona es oriunda “de” tal país o ciudad, o es hijo o pariente “de” tal familia. Quiere decir que tales hombres pertenecen a tales ideales, son los ideales los dueños “de” estos hombres. Y mi problema fue: Entonces, ¿dónde queda mi libertad?

En el segundo, todo lo contrario. Es el hombre el dueño de sus ideales. Es un hombre “con” tal o cual credo. Le son suyos, los gobierna y si nos ponemos un poco maquiavélicos hasta diría que los manipula. Me pregunté: Y ahora, ¿qué pasó con tal ideal de perfección, superior a mí mismo? ¿Es que yo puedo, o todos nosotros podemos, imaginar y diseñar la dicha “perfección”?

Estas dos posiciones podrían también señalarse como un simple juego de palabras, digno de gramáticos, lingüistas o hasta filólogos. Para mí no es tan así, puesto que representa un modo de relacionarse de las personas.

Entonces, aparecería clara mi posición sobre este tema si se mirase el título que elegí.

Pero aún así, yo mismo me reservo la libertad de poder elegir mis propios ideales. De darles forma, y hasta colores. De ponerles imágenes, o abstraerlos de todo signo sensible. Y entonces resultaría ser que me estoy contradiciendo.

Al final de cuentas, me veo como perteneciendo a un algo que le llamo “todo”. Superior a mí, pero asimismo “de” mí dependiente. Tal vez la pregunta esté mal planteada, y no deba ponerse una disyuntiva sino una copulativa. ¿O no…?

Vengo sin más a encerrar entre signos de interrogación lo que me condujo en esta y otras reflexiones: Si mi ideal dirige mi vida, o si oriento mi vida en siguiendo tales, ¿soy yo mismo dueño de mi destino, o es éste el que juega con mi vida y decisiones?

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