Momentos: las flores de una vida

Venere e Adone - Tiziano
[Galleria Nazionale d'Arte Antica, Palazzo Barberini, Roma - ITA]

De cuantas maltrechas heridas nacen maravillosas flores, imposible contarlas, inenarrables.

Hay una parte en cada historia que corresponde sólo a los espectadores. Como la interpretación, o la renovación estética de aquellos momentos. Mientras las flores, llena de vida y frutos del dolor, solamente a los protagonistas.

Tomar decisiones, no es escapar a nada; mucho menos prever. Es tan sólo ejercitarse, un poner en acto cierta fidelidad a uno mismo. Sin importar lo que vendrá.

Tomando decisiones no escapamos a un destino. Todo lo contrario, nos acercamos cada vez más a nosotros mismos.

No lo escribió Ovidio. Lo pintó Tiziano.

Entre una decisión y otra hay un determinado tiempo, que no es otra cosa más que vida. Vida y dolores; decisiones y flores.

"Discurre ocultamente y engaña la volátil edad,
y nada hay más veloz que los años"*.

 Hola y chau. Un adiós y la bienvenida. Momentos.

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*Ovidio, Las metamorfosis, X, 518-519.

Rutina y torpeza del amor

Amor sacro e amor profano - Tiziano
[Galleria Borghese, Roma - ITA]

"Rutina y torpeza del amor", así se llama el séptimo capítulo del "Tratado del buen amor", de Mario José Petit de Murat, O.P. No digo más nada, ni me extiendo en introducciones; aquí un extracto:

Lo que nos embroma es que por acostumbramiento no apreciamos ninguno de los grandes bienes cuando son constantes. Lo perfecto no está en la frecuentación de las cosas, sino en la intensidad con que se las practica.
La pasión está fundada en la sorpresa: ve un algo y luego va cayendo a medida que se produce el acostumbramiento. El amor, en cambio, va “in crescendo”. Por eso el verdadero noviazgo debe comenzar en la amistad, y luego ir perfeccionándola.
Hoy es un siglo de sorpresas, no de admiraciones.
La admiración no está reñida con el discurso, con el razonamiento. La sorpresa es algo insólito quese nos presenta, nos toca, y luego decae.
La sorpresa lleva al acostumbramiento y al hastío. En cambio, en la admiración, aunque sea por años, siempre es nueva.
¡El hombre sumergido en costumbres es un muerto! ¡Es tremendo! Es como aquel que ha tenido una esposa y jamás la vio.
El hombre que haya “escuchado” por cinco minutos algo ya sale del plomo letal de la costumbre.
¡Y esto sí que es importante y pone a prueba el matrimonio!
Ya ven cómo el matrimonio no se puede fundar nada más que en el descubrimiento del otro, y un descubrimiento que siempre será nuevo si comienza así, en un encuentro real del otro.
Y de ahí que pueda ser indisoluble, porque todos los días es nuevo.
¿Y esta no es la tragedia de todos los días?
Esta chica, que porque se casó cree que tiene marido. Se ríen ustedes, pero es una tragedia.
Y este muchacho, que porque se casó cree que tiene mujer. Así que nuestra vida es una tensión constante.
Tengo que estar alcanzando todos los días las cosas que poseo; todos los días, y si no, no poseo nunca nada.
Y ahí ven ustedes la contraposición tremenda entre hábito y costumbre: La virtud te hace descubrir las cosas todos los días.
Les voy a decir la última paradoja: La castidad te hace descubrir a la mujer todos los días en su frescura original.
¿Se dan cuenta las paradojas de la vida humana?
Hay que ser joven todos los días. Hay que empezar de nuevo todos los días.
¡Oh tú, que tienes novia, nunca la tienes! Ocúpate de descubrirla todos los días. 
Y tú que tienes novio, nunca seas sobradora y creas que lo conoces del todo, hijita, ¡nunca jamás!
Tenemos que cuidar la forma, el modo y el fin.
No sólo el fin, de cualquier manera; y hoy está horriblemente descuidado el modo, y voy a dar una clase de buena educación.
Al final de cuentas, poner el modo perfecto en las cosas, es buena educación. Y tenía una gran razón aquel benedictino que decía: “Por la buena educación las virtudes se hacen más bellas y los defectos más tolerables”.

Mucho de lo que aquí se cuenta no me toca, precisamente, de cerca. Pero el relato me pareció estupendo. Estaré, estaremos, de acuerdo, o no, en algunas cosas. Lo cierto es que me hizo pensar. Sobre lo que relata, y sobre la vida y el amor humano. A veces sacro y otras profano. Uno y otro modo, siempre contrapuestos. ¿O son dos modos de amar? ¿... y de vivir? ¡Ah! Las contradicciones... ¡Y las paradojas!

Maledicencia


La nascita di Venere - Sandro Botticelli
[Galleria degli Uffizi, Firenze -ITA]
 
Por esas cosas raras de la vida; por los seis grados bajo cero, por leer cada cosa que me cae entre manos, por interesarme por cuestiones que a nadie parecen preocupar, me encontré leyendo un particularísimo libro: Über den Umgang mit Menschen, del tudesco Adolph Freiherr Knigge.
 
Está escrito en un alemán antiguo, por lo que se me hace un poco complicado comprender enteramente ciertas estructuras gramaticales. Así y todo es un entretenido ejercicio para familiarizarse con tales formas. Mi interés no es otro que el de cultivar la honestidad filosófica: leer Platón y Aristóteles en el griego que escribieron, a Cicerón en su latín, a los medievales con su macarrónico, a Cervantes en castizo castellano, y -entre otros- a Nietzsche en la lengua que utilizó.
 
Decía que es entretenido, por el tema que trata. La traducción del título, la mía propia, sería más o menos así: "Sobre las relaciones, o el trato, como los hombres".
 
Este librito es conocido en el ámbito alemán por ser una suerte de vademécum social, una especie de guía práctica protocolar: cómo debemos comportarnos en tal o cual situación, con nuestros padres, hijos, profesores; con la gente adinerada, con los políticos, con los nobles; de qué cosas hablar, en qué momento, y un largo etcétera. Hay una parte que me llamó profundamente la atención: sobre el modo de comportarse con uno mismo.
 
De todos modos, no es sobre esta última lo que traigo aquí y ahora. Sino sobre el primer capítulo de la primera parte, intitulado: Allgemeine Bemerkungen und Vorschriften über den Umgang mit Menschen = "Observaciones y reglas generales sobre el trato con los hombres" (más o menos...).
 
Del extensísimo capítulo, rescato por ahora el punto que sigue:
 
4. ¡No reveles a nadie los defectos de tu prójimo, o vecino, para elevarte a ti mismo! ¡No expongas públicamente sus errores y miserias para brillar tú mismo a costa suya!
 
Yo no sé si esto tendrá todavía vigencia. O si todo tiempo pasado fue mejor. Este libro ya había sido publicado antes de 1790. De hecho, el prólogo a las dos primeras ediciones data de 1788. Yo tengo en mis manos la tercera, del 1790.
 
Diría con Cicerón: O TEMPORA! O MORES!

Si a la misma Venus quiso Botticelli apresuradamente cubrir, contrariando la maldad de aquellos que quieren ver y promover su desnudez... ¿Qué quedará para nosotros y el mundo hodierno... que vive pendiente de la impudicia ajena? ¿Y que continuamente maldice a toda persona? ¿Cuáles son los efectos, y las causas, de la maledicencia? ¿Por qué...?
 

La recta final

La persistencia de la memoria - Salvador Dalí
[Museum of Modern Art, New York - USA]


¡Qué difícil para mí hablar en estos términos! Digo, por lo de "recta final"...

Yo no vengo del mundo de las Matemáticas. Más bien escapo. Tengo una mejor relación con las letras. Además no me llevo bien con los números, a no ser que sean romanos...

Aún así, desde que comenzó "la última parte del año" vengo escuchando, en medio a algunas quejas sobre el cansancio y ajetreo cotidiano, expresiones más o menos como:

"Pero bueno, ya falta poco";

"Dale, estás en la recta final";

"Esta última parte del año es fatal";

"El último tramo se hace cuesta arriba";

"La recta final es la más difícil"

Todas éstas, y entre muchas otras.

Y decía que no me llevo bien con las Matemáticas. Ya sea euclidiana, o no euclidiana. Igualmente, vuelto al tema: en general no me seducen demasiado estas ni otras de las dichas ciencias cuantitativas.

Aún así, para mí -que soy un "innumerado" (abro paréntesis: volveré sobre esta diferencia entre "iletrado" e "innumerado" más adelante y tal vez en otra publicación, ya sé que tal palabra no existe)- esto de "la recta final" me parece una contradicción. Puesto que si las rectas sólo se tocan en el infinito; y el infinito no tiene final... ¿Dónde canejo se tocan? Y si es en el infinito, ¿dónde termina, pues, una recta?

Pero, como con las letras podemos hacer que hasta los números, con sus principios y operaciones, se vuelvan en sí mismo tan irracionales como contradictorios, hemos llegado a decir: "la recta final".

Esta misma frase parecería contener ese anhelo humano de "terminar", de "llegar a un fin", de "hacer posible lo que en sí mismo se muestra imposible".

La recta final es en nuestro lenguaje cotidiano un signo de esperanza, algo que sabemos que podemos. Que ya casi está, que ya casi todo pasó. Que por más que aún sea un poco, poquito, lo que todavía queda, lo que falta... ¡ya fue!

Saber que estamos en el último tramo, que falta un último empujoncito, que ésta es nuestra recta final... ¡Es reconfortante!

Por eso no importa cuánto falte, porque ya pasó mucho. Ni cuánto duela todavía, puesto que se aproxima su fin. Ni cuán oscuro, al término de toda noche sigue el día. Dicen que dicen, que "no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo aguante"...

¡La recta final!

¡Avanti!

El silencio y nosotros

Komposition (VIII) - Wassily Kandinsky
[Solomon R. Guggenheim Museum, New York - USA]
 
 
¿Qué hacer cuando uno está un poco confundido? ¿en búsqueda de sí mismo? ¿o de algo en especial?
 
Podrían venir algunas otras preguntas en mi ayuda para alargar un poco estas líneas que hacen las veces de introducción. Por ejemplo: ¿Qué hacer frente al cansancio y la saturación que nos produce el peso de la hodierna vida? ¿Cómo afrontar esas situaciones cotidianas que nos agostan? Pienso en la relación debida a nuestros compañeros de trabajo, pareja, amigos, familiares... no sé, pienso un poco en todos ellos y en todos nosotros. No es que aquí venga a defender al individualismo, o al tuerto francés, pero hay algo en los otros que nos resulta insufrible; al punto tal de verlos no ya como personas... ¡Sino como cosas de las cuales sólo nos satisfaría si de nosotros desemejaren!
 
Muchas recetas hay sobre autoayuda, control de sí mismo y mediación, tolerancia, ejercicio de las virtudes, y un largo etcétera. Pero, por qué no, si cuando uno está con ganas de experimentar un poco... ¿probar con el silencio?
 
Para mí que el silencio tiene como una fuerza especial. Es algo parecido a un poder de suspender las cosas y sus efectos que llegan a nosotros a través de los sonidos, las imágenes, los aromas (y a veces olores), los sabores y algunas otras impresiones.
 
Una vez alguien me dijo, o leí, (van a tener que disculparme porque no recuerdo la fuente) que cuando uno "hace" (lo pongo entre comillas y en seguida explico el porqué); retomo, cuando uno "hace silencio" no es que nuestros sentidos dejen de trabajar. Sino que en lugar de aplicarse a las "cosas exteriores" se vuelven hacia las "cosas interiores".
 
Sería más o menos esto lo que quiero decir: que cuando dejamos de ver las cosas de afuera, comenzamos a ver hacia adentro; y cuando dejamos de escuchar lo que viene del exterior, se empieza a sentir la propia voz. Lo mismo sucede con el resto de los sentidos que ahora, en silencio, se aplican a nosotros. Si antes, en el caos en el que vivimos, nos inundaban los sabores y aromas de fuera; ahora, en el silencio, se vislumbran poco a poco el gusto y el perfume interior. Y el más humano de los sentidos, el tacto, sea tal vez el que peor la lleva: puesto que tocar es lisa y llanamente "sentir"...
 
Dejo lo anterior sólo por un par de renglones, y me ocupo de eso de "hacer silencio". Lo digo entrecomillado puesto que exige mucho, muchísimo, para lograrse. No es cuestión de tiempo. Nada que ver. Es un tema de "aplicarse a uno a mismo", a lo que somos... ¡o pensamos que somos!
 
Y ahora sí, vengo a cerrar todo este divague. Hablé de lo mal que estamos todos, o que al menos estamos algunas veces y en algunas situaciones. Puse un montón de preguntas. Y el tema del silencio y los sentidos. Dije que también era como algo a tener en cuenta solamente si quisiésemos experimentar, hacer experiencia propia de uno mismo al probar con el silencio.
 
El problema que puede acaecer es que tal vez a alguno sorprenda lo que vea, escuche, huela, guste y sienta de sí mismo... Me incluyo.
 
Digo... no sé... se me ocurre... ¿y si probamos con el silencio? ¿Qué ganaríamos (si es que)? ¿Qué resolveríamos, o empezaríamos a resolver? En fin... ¿Qué cosa encontraríamos allí mismo, entre el silencio y nosotros?

Derrotas sólo dignas de titanes

El tiempo vencido por el amor, la belleza y la esperanza - Simon Vouet
[Museo del Prado, Madrid - ESP]
 
 
¿Cuántas batallas son una victoria? ¿Y cuántas derrotas conseguir y soportar hasta poder, por fin y de una vez por todas, festejar?
 
La mujer que veo esperar el mismo tren todas las mañanas lucha, también hoy. Tendrá sus problemas, se le ve en la cara y en la mirada vacía y como perdida.
 
Mis amigos, de repente, se ausentan y dejan además en suspenso una relación. Tienen sus batallas.
 
Los compañeros de trabajo y de estudios, son también luchadores. Salen de casa no una, sino dos o hasta tres horas antes de entrar al trabajo o a la universidad... ¡porque es el tiempo mínimo que les lleva hasta allí llegar!
 
Cuando entramos a la oficina, o a la escuela, ya hubo otros que cumplieron su trabajo. Y también la pelean.
 
No suelo hablar mucho de mí. Ni de mis pasiones o mis gustos. Pero hoy lo hago... Me apasiona el boxeo. Boxeo y Filosofía... Puños y letras... ¡Tinta y sangre! También me gustan los caballos, por su nobleza y elegancia. Pero no quiero ahora hablar de ellos.
 
Sobre la Filosofía y al Boxeo. Me apasionan. ¿Por qué? No podría bien decirlo. Ambas disciplinas representan lo que es luchar y combatir, lo que es pelearla. Una hora de estudio y un entrenamiento de boxeo llaman al silencio. Uno para ganar en concentración y profundidad, el otro para no perder ni fuerza ni energía. En las dos disciplinas muchas veces ¡uno recibe más de lo que da! Claro, que cuando en una se recibe demasiado sin dar nada, se corre el peligro de dejar de ver tan claramente...
 
Pero vuelvo al paragón. Silencio y disciplina. Conducta y aplicación. Batallas.
 
¿Pero cuántas? ¿Contra qué o quién?
 
A veces, parece que el tiempo se ha detenido; o que enmudeció la campana. Y es que hemos recibido tantos golpes en tan poco tiempo, que los diez segundos que tienen que llegar, parécenos que nunca lo harán. Es que hasta sucede en la vida como en el boxeo. Ya no queremos ganar, ni nos importa. Tan sólo queremos que termine todo. Quiero oír las tres campanadas finales para saber que se acabó, que ya voy a dejar de recibir golpes... Pero esos diez segundos pesan más que el tiempo que los empuja. Siempre van faltando cinco, ¡"pa'l peso"!
 
Y así entonces, veo de repente que mi adversario que tanto me castiga no es otro que la misma vida. Pero ella no me vencerá.
 
Ahora entonces entiendo todo. Así en la vida como el en el Boxeo, sólo sentimos sus golpes cuando bajamos los brazos.

Me gustaría decir: No seré derrotado sino como el mismísimo Cronos lo fue. Y quisiera poder mantenerlo hasta el verdadero momento final. ¡Qué envidia te tengo Titán!

Pues... ¿Qué o quién nos gana, cuando no somos vencidos a manos del amor, la belleza y la esperanza?

La fuerza del sino

Kop van een skelet met brandende sigaret - Vincent van Gogh
[Vincent van Gogh Museum, Amsterdam - NED]


Dijo el poseído por la fatídica fuerza, Don Álvaro, el de Ángel Saavedra Rivas:
 
¡Qué carga tan insufrible
es el ambiente vital
para el mezquino mortal
que nace en signo terrible!

¡Qué eternidad tan horrible
la breve vida! Este mundo,
¡qué calabozo profundo
para el hombre desdichado
a quien mira el cielo airado
con su ceño furibundo!

Parece, sí, que a medida
que es más dura y más amarga,
más extiende, más alarga
el destino nuestra vida.

Si nos está concedida
sólo para padecer,
y debe muy breve ser
la del feliz, como en pena
de que su objeto no llena,
¡terrible cosa es nacer!

 Al que tranquilo, gozoso,
vive entre aplausos y honores,
y de inocentes amores
apura el cáliz sabroso;
cuando es más fuerte y brioso,
la muerte sus dichas huella,
sus venturas atropella; 
y yo, que infelice soy,
yo, que buscándola voy,
no pudo encontrar con ella.

 Mas ¿cómo la he de obtener,
¡desventurado de mí!,
pues cuando infeliz nací,
nací para envejecer?
 
 
No lo sé si existe el destino.

Si existirá tal vez a fuerza de nuestras propias decisiones.

O en base a las decisiones de otros.

Pero... ¿para qué nací? ¡Qué buena pregunta!

¿Nacimos nosotros también para envejecer?

¿Y qué sobre el vivir?

¿Hombres “de” o “con” ideales?

Átropos o Las Parcas - Francisco de Goya
[Museo del Prado, Madrid - ESP]

Quise dedicarme por segunda vez al tema de los hombres y sus ideales. Pensé mucho antes de publicar aquél que lleva por título “Hombres de ideales… ¿Todavía hoy?”.

Y esto por pocos, pero interesantes, motivos. No sabía qué fuese más propio decir: “Hombres de  ideales…” u “Hombres con ideales…”.

A primera vista tal disyuntiva pareciera ser poca cosa. Bueno, depende también de la vista de cada uno. Porque en verdad fue para mí a primera vista un problema, y tan sólo luego de una segunda, tercera y muchas (muchísimas) más vistas, es que me decidí.

Explico un poco lo me planteé; sin dar tantas respuestas, más queriéndolas buscar.

En el primero de los casos pareciera que son los ideales los que poseen de alguna manera a los hombres. Son hombres “de” ideales. Esta preposición podría expresar lo que en otras lenguas con desinencias sería un caso genitivo. Como que pertenecen hasta casi naturalmente. Como cuando decimos que tal persona es oriunda “de” tal país o ciudad, o es hijo o pariente “de” tal familia. Quiere decir que tales hombres pertenecen a tales ideales, son los ideales los dueños “de” estos hombres. Y mi problema fue: Entonces, ¿dónde queda mi libertad?

En el segundo, todo lo contrario. Es el hombre el dueño de sus ideales. Es un hombre “con” tal o cual credo. Le son suyos, los gobierna y si nos ponemos un poco maquiavélicos hasta diría que los manipula. Me pregunté: Y ahora, ¿qué pasó con tal ideal de perfección, superior a mí mismo? ¿Es que yo puedo, o todos nosotros podemos, imaginar y diseñar la dicha “perfección”?

Estas dos posiciones podrían también señalarse como un simple juego de palabras, digno de gramáticos, lingüistas o hasta filólogos. Para mí no es tan así, puesto que representa un modo de relacionarse de las personas.

Entonces, aparecería clara mi posición sobre este tema si se mirase el título que elegí.

Pero aún así, yo mismo me reservo la libertad de poder elegir mis propios ideales. De darles forma, y hasta colores. De ponerles imágenes, o abstraerlos de todo signo sensible. Y entonces resultaría ser que me estoy contradiciendo.

Al final de cuentas, me veo como perteneciendo a un algo que le llamo “todo”. Superior a mí, pero asimismo “de” mí dependiente. Tal vez la pregunta esté mal planteada, y no deba ponerse una disyuntiva sino una copulativa. ¿O no…?

Vengo sin más a encerrar entre signos de interrogación lo que me condujo en esta y otras reflexiones: Si mi ideal dirige mi vida, o si oriento mi vida en siguiendo tales, ¿soy yo mismo dueño de mi destino, o es éste el que juega con mi vida y decisiones?

Hombres de ideales... ¿Todavía hoy?


La mort de Socrate - Jacques-Louis David
[The Metropolitan Museum of Art, New York - USA]


Hace un tiempo, ni muy lejano ni muy cercano, le recomendé a alguien la lectura de este libro. No sé si lo habrá hecho. Pero como todos los consejos que se dan deben ser primero practicados en uno mismo; así lo hice y me fui a leerlo yo mismo.

Hoy les quise compartir esto, esta primera parte. Me estremece. Me llena. Me emociona.

 
Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un Ideal. Es ascua sagrada, capaz de templarte para grandes acciones. Custódiala; si la dejas apagar no se reenciende jamás. Y si ella muere en ti, quedas inerte: fría bazofia humana. Sólo vives por esa partícula de ensueño que te sobrepone a lo real. Ella es el lis de tu blasón, el penacho de tu temperamento. Innumerables signos la revelan: cuando se te anuda la garganta al recordar la cicuta impuesta a Sócrates, la cruz izada para Cristo y la hoguera encendida a Bruno; -cuando te abstraes en lo infinito leyendo un diálogo de Platón, un ensayo de Montaigne o un discurso de Helvecio; -cuando el corazón se te estremece pensando en la desigual fortuna de esas pasiones en que fuiste, alternativamente, el Romeo de tal Julieta y el Werther de tal Carlota; -cuando tus sienes se hielan de emoción al declamar una estrofa de Musset que rima acorde con tu sentir; -y cuando, en suma, admiras la mente preclara de los genios, la sublime virtud de los santos, la magna gesta de los héroes, inclinándote con igual veneración ante los creadores de Verdad o de Belleza.

Todos no se extasían, como tú, ante un crepúsculo, no sueñan frente a una aurora o cimbran en una tempestad; ni gustan de pasear con Dante, reír con Moliére, temblar con Shakespeare, crujir con Wagner; ni enmudecer ante el David, la Cena o el Partenón. Es de pocos esa inquietud de perseguir ávidamente alguna quimera, venerando a filósofos, artistas y pensadores que fundieron en síntesis supremas sus visiones del ser y de la eternidad, volando más allá de lo real. Los seres de tu estirpe, cuya imaginación se puebla de ideales y cuyo sentimiento polariza hacia ellos la personalidad entera, forman raza aparte en la humanidad: son idealistas.

Definiendo su propia emoción, podría decir quien se sintiera poeta: el Ideal es un gesto del espíritu hacia alguna perfección.

José Ingenieros, El hombre mediocre
Cap. I “La emoción del ideal”.

La Luna. Madre de mi esperanza

The Iron Forge Viewed from Without - Joseph Wright of Derby
[The State Hermitage Museum , St. Petersburg - RUS]

Estoy...

No sé cómo empezar. Se me ocurre tan sólo el verbo “estar”, conjugándolo yo mismo.

Busco otras palabras. Sustantivos. Adjetivos. Hasta conjunciones y adverbios. Pero nada. Pruebo nuevamente...

Estoy... ¡Absorbido!

Sí, estoy absorbido; por el estar mío. Por el estoy. Entonces miro a mi alrededor. Estoy solo. Con una copa de vino y un puro.

(Va saliendo, qué difícil es vencer el imponente e intimidante blanco del papel con la tinta. Sí, con la tinta; porque primero escribo a mano. Y hasta a veces a máquina, para sentir el martillazo de mis ideas).

Estoy solo con una copa de vino color bordeaux (D.O.), y un puro. Estoy en medio de la noche. Estoy yo con mis vicios viriles, en medio de la noche y con la Luna. ¡Qué linda la Luna! Tan blanca y luminosa. Tan perfectamente redonda que sólo queda contemplarla.

La Luna, Reina y Señora, luz y guía en medio de las tinieblas de la noche. Madre de los que son como yo, y como vos; como nosotros. Domina la noche y también me domina a mí. Pasa una nube queriendo ocultarla... Y lo logra.

Vuelvo sobre mí, atónito. ¿Dónde está mi Luna? Detrás de esa nube, y muy por encima de ella, lo sé. Pero no la veo. Igual, veo sus efectos. ¿Pero dónde está!

Terminóse y evaporóse ya mi vino; dejo morir lentamente lo que queda del cigarro con el que incensé la Luna. Es tarde, estoy in medio tempestivae nocte. Ya antes de morir en los brazos de Morfeo, La veo asomarse. Todo pasa. Ella custodiará mis sueños. Y mis esperanzas.

No me dejó solo, mostrándose confirmó mi esperanza. Así en la vida, como en esta noche y mi amor de una noche con la mágica Luna. Por más que una nube pasajera oscurezca lo que otrora vimos claramente, sabemos mediante la esperanza que eso sigue estando allí. Porque toda la vida y todo el amor, caben en una noche.

Vuelvo a mirar en derredor. Baco y Morfeo atraen hacia mí las Musas... Miro hacia arriba, y hacia abajo. Hacia adelante y hacia atrás. Hacia adentro y hacia afuera. Contemplo todo.

Mi pasado. Estoy lleno de cosas, memorias y recuerdos.

Mi futuro... Estoy lleno de esperanzas, de personas y de momentos que espero.

En viéndola, ahora no sé si en sueños o vigilia, me pregunté: ¿Por qué dudé de Su presencia? Porque estoy loco, sí. Entiéndanme, loco pero análogamente. Siempre estuvo allí, aunque no La viese. Y pensé entonces, ¿qué cosas espero, aún sin ver? ¿Y de qué cosas dudo, aún esperando? ¿Qué espera la gente con, y en medio de, sus trabajos matutinos y nocturnos?

En fin... ¿Qué es la esperanza?

La humanidad, ¿un camino hacia lo divino?


Der Triumph der Zivilisation - Jacques Réattu
[Hamburger Kunsthalle, Hamburg - DEU]


¿Qué sentido tiene la vida? ¿Cuál es mi destino? ¿Para qué estoy en este mundo? ¿Hay un "después"? ¿Qué hubo "antes"? ¿Son lícitas y auténticas estas preguntas, o proceden más bien de una cierta "construcción religioso-cultural"? 

Podríamos continuar con estos interrogantes "de sentido": ¿Hacia dónde...? ¿Por dónde...? ¿Por qué...? ¿Para qué...? ¿Cómo...? Cada uno podría rellenar una y mil veces distintamente todas y cada una de estas cuestiones. 

Incluso podemos hasta decir que le hemos dado distintas respuestas, a las mismas preguntas, en diversos momentos de nuestras vidas. 

Quien nació en una "familia cristiana" habrá optado por un "agnosticismo" en su adolescencia, para mutarlo en alguna especie de sentimiento religioso o manifestación espiritual proveniente de oriente hasta desembocar en una personalísima síntesis de valores religiosos y, o, morales. 

Otros, tal vez también nacidos y criados en un ambiente espiritual judeo-cristiano; hayan aumentado la Fe y las convicciones con el paso del tiempo, el estudio, la oración y la mismísima práctica de la religión en la que nacieron. 

No dejemos de lado los casos de "conversión". En los que las personas, sin haber recibido un credo determinado por parte de su ambiente familiar -débase a la causa que se deba- han seguido una especie de "instinto" (que yo prefiero llamar "inspiración" o "moción espiritual"); y en secundándolo arribaron a la adquisición de una particular religión. 

También están los que, aún habiendo tenido este tipo de interrogantes, los dejan de lado; despreocupándose por encontrar cualquier tipo de respuestas. Pero que aún así, intentan conducirse por algún código ético, moral e inclusive legal. 

Finalmente, y por qué no en el último grupo, encontraremos dos tipos de personas con manifiesta aversión a todo lo ético y moral, o religioso y espiritual. De un lado, los que aceptan esta trascendencia entre "luz" y "tinieblas", entre "bien" y "mal"; digámoslo: entre Dios y el demonio, para colarse del lado de las prácticas obscurantistas, o sencillamente satánicas. Del otro, los que no aceptan bajo ningún punto de vista tal visión tramontana, desembarcando por vías del relativismo en un mero constructivismo personal de valores ético-morales, claro está cuando se pueda hablar de ellos... 

Aún así, con espíritu filosófico, podemos anotar un denominador común en estos tipos de conductas: la preocupación por la pregunta moral como indicadora de sentido; como normativa. 

Queremos saber lo que está bien para hacerlo, y lo que está mal para evitarlo. En el caso del satanismo (o del "hijoputismo"; permítaseme la expresión, porque que los hay... ¡los hay!), el enfoque es completamente inverso. 

Hecha esta salvedad, los que quieren dar una trascendencia -o simplemente un sentido- a su vida, o los que sin ir más allá, quieren comportarse honestamente, buscan hacerlo transitando las vías del "bien". No entraremos aquí -por ahora- en el tema de qué es el bien, y qué es el mal; tan sólo diremos que entendemos que es "bueno" que todos lleguen a cierto desarrollo humano; y que deseamos que todas las personas sobre la Tierra, alcancen un digno nivel de vida humana. 

Y es en virtud de esto que orientamos nuestra vida y corregimos nuestras acciones; o al menos intentamos hacerlo. Más o menos los que se sitúan en el "camino del bien", buscan hacerlo por vías de la honestidad, la caridad, la generosidad, la dádiva, la paciencia, la tolerancia, la humildad, la mansedumbre, el perdón, el diálogo, la justicia... y un larguísimo etcétera. En todas estas conductas hay también un denominador común: el amor al bien, o el deseo de lo bueno. 

Y al amor se opone el odio, y a todas sus manifestaciones. No pretendo hablar de religión, aunque profese la mía propia. No pretendo desacreditar ninguna de las formas en que se expresa el espíritu de los hombres. Tan sólo, como dije antes, con espíritu filosófico quisiera hacer notar lo que es común y universal: Todos, o casi, buscamos en esta vida trascender por la vía del amor; proclamado su fuerza con nuestras propias conductas. Queremos ser mejores personas, y también que los demás lo sean.

¿No sería, acaso, este espíritu humano enraizado sinceramente y sin doblajes en el amor, o el deseo de lo bueno (de cada uno y de toda la humanidad) un sendero sincero hacia lo divino? 

Todavía más, con este camino natural -y no sobrenatural- de las solas fuerzas humanas... ¿alcanzaremos lo divino? ¿O será al menos un esfuerzo por ser más humanos y civilizados, y así dejar de comportarnos tan bestialmente?, con perdón de las bestias.

Sueños y vida, en clave fovista

Luxe, calme et volupté - Henri Matisse
[Musée d'Orsay, París - FRA]

Alguien me preguntó (no recuerdo quién ni cuándo) si alguna vez me habían acusado de "soñador", queriendo significar con esta adjetivación algo peyorativo. ¿Qué le respondí? Que obvio que sí. Me interrogó nuevamente: "¿Y vos... qué les contestaste?", a lo que dije con feral tono:

-"Claro que lo soy, que soy un soñador". Me expliqué: -"Lo soy porque me gusta vivir en este mundo como si fuera de ensueños. Que quiero vivir soñando, y soñar viviendo. Y que así lo quiero porque allá todo es orden y belleza, lujo, calma y voluptuosidad".

Pienso que hay algo en las cosas que hace que ellas mismas se den sus formas; y sus medidas. No, no soy relativista. Bueno sí, algo sí. Pero yo hablo de las cosas. Es que para mí muchas de ellas se solucionan según aumenta o disminuye su medida. También las personas, crecen en esto y decrecen en aquello.

Por ejemplo, si un amigo está triste por una terrible desgracia. No es lo mismo darle un apretoncito de manos que abrazarlo. Y cuanto más lo abrazamos, en cierta medida, buscamos que tanto más disminuya su dolor. Y esto también es paradójico. Porque si lo abrazamos poco y mal, está como distante (sí, "abrazar mal”). Abrazar bien sería abrazarlo mucho y fuerte, por lo que estaría más cerca.

Entonces, mientas más fuerte asimos las cosas y más las abrazamos, están más cerca. Y al revés si por el contrario. Pero a veces no.

Hay cosas que funcionan completamente en sentido inverso. Mientras más a ellas nos abrazamos, tanto más lejos se sitúan; y cuanto más fuerte las tomamos aún menos las tenemos.

Y así con los sueños. Tienen sus tiempos, y sus medidas y formas. Por eso me doy cuenta que hay cosas que no dependen de nosotros en su medida; por más que las queramos cerca nuestro y en nuestras vidas... Por más que las deseemos, no depende de nosotros su presencia o ausencia.

En algún punto los sueños son como las personas. Y tal vez hay por ahí algún tercero excluido, razón suficiente del espacio y el tiempo entre los sueños; entre ellos entre sí y entre los hombres; y entre los hombres entre sí y sus sueños.

Volviendo sobre el tema de la medida de las cosas, hoy pensé en los sueños. En los sueños como cosas. Cosas, en el sentido de “algo”, porque algo son. Y para mí los sueños no sólo sueños son...

Al despertarme, durante el día y también al acostarme; cuando me acuerdo de mis sueños y me veo a mí mismo, me parece mucho y demasiado. Pero nunca imposible. Porque lo que veo y lo que sueño no distan mucho de mí mismo.

Es que no sé qué medida tienen las cosas, ni los sueños, ni qué vida. Tampoco sé cuánta vida tengo yo para llegar hasta ellos, ni cuánto tardaré en alcanzarlos. Mucho menos sé qué medida tendré yo mismo cuando los conquiste.

Es una forma un poco fauvista de vivir. La cual acepto, y en la que me complazco. Quisiera también que muchos de los que me rodean viviesen así; quisiera invitarlos a todos a emprender este viaje. No tanto por ellos; más por mí, pues así podré arrancar de mi vida las flores del mal...

Otra cosa que me gustaría, sería la de preguntarle a alguien: ¿Qué cosa pensás que son los sueños? ¿Y qué medidas creés que tienen? También: ¿Alguna vez te acusaron de ser una "persona soñadora"? ¿Y qué les contestaste? ¿O que les contestarías si lo hiciesen? Me gustaría que sea sincero.

La medida de las cosas

Geometría - Emilio Centurión
[Museo Castagnino, Rosario - ARG]


¿A qué se debe la humana incapacidad de hacer ciertas cosas? ¿A nuestras propias fuerzas? ¿A la medida de las cosas? ¿Es que las cosas tienen una medida? ¿O a algún otro factor?

Vuelvo otra vez sobre el tema de lo que es ser feliz, e infeliz. Tal vez todo radique en soñar y vivir. En una de esas, alguna que otra vez probamos el sabor de la infelicidad porque la medida de nuestros sueños no se corresponden con su realización. Pero no lo sé.

No soy comedido. O no mucho que digamos. No es que no quiera serlo. Sencillamente no lo soy. Y reconozco que sería bueno serlo. Aunque nunca lo seré.

Siempre miré con curiosidad, por ejemplo, a esa gente que puede tomarse las cosas en "su justa medida". ¡Y hasta te lo aconsejan! Yo no sé cómo lo hacen...

“No te hagas drama, le estás dando más dimensión de la que tiene”; cuando por ejemplo les contás algunos de tus problemas. O también: “No es para tanto...”, si es que te atrevés a quejarte un poquito de tal o cual daño o agravio. Además: “¡Estás haciendo un teatro bárbaro!”, si expresás con pesar un mal recibido. Por otro lado: “No, eso es imposible”. Así como también: “No, eso es dificilísimo” (nótese el superlativo). Y la que me enerva, de la que hay muchas versiones: “Ni lo sueñes”.

Aquí mi descargo contra todas esas (y muchas más) expresiones (y personas):

¿Por qué me dicen, nos dicen, estas cosas? ¿Por qué las tengo que escuchar?
Será la gente, envidiosa víctima de aquella incapacidad de hacer las cosas por sí mismos.
¿Serán realistas...?
¿Serán comedidos ellos mismos, y a la vez buenos conmigo? Digo, tal vez de tanto que lo son querrán ahorrarme sufrimientos, ¿no?
¿Seré yo, que no conozco las medidas de las cosas? Que siempre me parecen demasiado... demasiado grandes o pequeñas.
¿Será que soy yo, que no me conozco a mí mismo y por tanto no puedo elegir las cosas teniéndome como referencia?
¿Será que tal vez me sobreestimo -o subestimo- demasiado, y por eso fallo al decidir en lo mejor para mí?

¿Será que mi felicidad, la de todos nosotros, no está sólo en soñar nuestros sueños -permítanme la redundancia- más también en verlos realizados?

¿Será además, que algunos de entre los mortales estamos dispuestos a pagar con lágrimas, sacrificios y sufrimientos el precio invalorable de aquellas nuestras aspiraciones?

Será que yo entiendo que soñar es sinónimo de imaginar. Y que para mí "imaginación" y "límites" son términos contradictorios.

Será entonces que mi imaginación no tiene límites; y no quiero que los tenga. Será que mis sueños son desmedidos. Será que no soy comedido...

Será esto... Será aquello... Será... Será...

Entre tanto, sueño, vivo e imagino. Y por ésto sufro. Y me alegro.

Será por lo que sueño. O porque lo que sueño, será.

La Felicidad, ¿una cuestión moral...?

Bacco - Caravaggio
[Galleria degli Uffizi, Firenze - ITA]

La felicidad, por consiguiente, es lo mejor, lo más hermoso y lo más agradable, y estas cosas no están separadas como en la inscripción de Delos: “Lo más hermoso es lo más justo; lo mejor, la salud; pero lo más agradable es lograr lo que uno ama”, sino que todas ellas pertenecen a las actividades mejores; y la mejor de todas éstas decimos que es la felicidad.
Aristóteles, Ética a Nicómaco, I, [8], 1099ª, 25-31. 


Todo lo que dice Aristóteles, parece estar representado en el Bacco del Merisi. Un joven saludable, que responde a ciertos cánones de belleza, rodeado de cosas placenteras; y por qué no, laureado de aquello que ama. Aparentemente no le falta nada, es feliz. Y a mí me parece verlo hasta apenas ebrio, por el abundante y nuevo fruto de la vid... quia vinum laetificat cor hominis, nonne?
 
Como dije anteriormente, me acordé de Aristóteles*. Y acá está...

Lo más hermoso, lo justo, lo mejor, la salud y lograr lo que uno ama. Sin embargo, todas estás cosas juntas -y no separadas- no son aún la Felicidad.

¿Qué cosa es entonces la Felicidad? ¿Son los placeres? ¿La ausencia de toda necesidad? ¿Es la prosperidad? ¿Será acaso la buena suerte? ¿O es una virtud?
 
Si son los placeres, no todos buscaremos lo mismo buscando aún la misma felicidad. Pues ya que para unos será placentera una cosa y para otros otras. Si bien la buscamos en el placer, no todos la encontramos en las mismas cosas. Y si es el resultado de una búsqueda meramente subjetiva, podremos lícitamente pensar que mientras unos encuentran placer en algo; al mismo tiempo otros sienten alguna repulsión por la misma cosa. Por lo cual entonces no todos buscarían la felicidad en sí misma, sino en sí mismos; y así caeríamos en el más absoluto y peligroso de los relativismos, ya que no podríamos calificar nada como “moralmente reprobable” (piénsese en las más deleznables conductas “inhumanas”). Sería el sujeto la medida de su propio placer y consiguiente felicidad. Y, finalmente, no todos podrían acceder a la felicidad, ya que por tal o cual motivo ella misma les estaría vedada. Este sería el caso de quien no pueda acceder al objeto que le alcanza dicho placer.

Lo mismo dígase para los sentimientos.

Si fuese en cambio la prosperidad, tampoco sería asequible a todos. Y a la realidad de los hechos me remito. Y también es real que muchos que "todo lo tienen" no son felices; mientras que aquellos que "poco tienen o nada", se consideran misteriosamente (!) felices.

En el caso de la buena suerte, mucho no he de ahondar. Puesto que no considero que exista una “buena” o “mala” suerte. Y sabiendo que esto es discutible, no pretendo dogmatizar; más sólo expresar una opinión. Quien piense lo contrario, será bienvenido si desea exponer sus argumentos.

Finalmente, si es una virtud (en tanto que acción, actividad, hábito, etc.) entramos de lleno en el campo de la Filosofía: Filosofía Moral o Ética. Llámesela como se la llame, estamos en el ámbito de la “Filosofía Práctica”, o “Ética Aplicada”. Y no pocas serán las discusiones que aquí podremos entablar.

Por todo lo cual, vengo aquí y con estos razonamientos a exponer una pregunta, y así plantear un interesante tema -al menos para mí- sobre el modo de pensar la Felicidad:

¿Es la Felicidad un tema Ético-Moral... o no? ¿Por qué?

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* La reflexión sigue lo expuesto por Aristóteles en el texto citado.

Filosofía y Felicidad

La Richesse - Simon Vouet
[Musée du Louvre, París - FRA]

Me quedé pensando en algo, a propósito de la última publicación.
 
Y es que quien habiendo secundado la posible curiosidad generada por el libro sugerido, se habrá encontrado con que el mismo Boecio habla, más adelante, de la Felicidad misma. Un texto bellísimo, lleno de preguntas y problemas que parecen ser de hoy (¡aunque el libro tenga mil quinientos años!); así como también de ingeniosas respuestas y planteos.
 
Por eso, obviamente, quiero hoy escribir sobre ella. Quiero reflexionar (¿!) sobre la Felicidad.
 
Es que -como decía- me quedó algo de tinta. Y todo viene a raíz de ese muchacho que podría representar tranquilamente a cualquiera de nosotros, y que va buscando a su modo la Felicidad; con la ayuda de la Filosofía, claro está (mejor, a través de ella).
 
Y relacionado también con ese divague (mi comentario a la anterior publicación) sobre el tema de andar y estar a la deriva. En el sentido de no poder cumplir las propias metas.
 
Los argumentos se tocan; se los mire de un lado, se los mire del otro. Así, bien contrapuestos: Realización y felicidad. Infelicidad e irrealización.

Nuestro filósofo nos regala como una especie de introducción para nuestra reflexión al decirnos que:
«La preocupación de los mortales, acrecida por el bullir de multiplicadas pasiones, tiene senderos diferentes; pero en todos el fin es único: conseguir la felicidad. Y ésta, precisamente, consiste en un bien de naturaleza tal que el que llega a poseerlo ya no puede desear otra cosa»1.
Esto me pareció fabuloso. Sintético y exacto. Pocas palabras, actualísimo. Las personas sobre esta tierra buscamos, por caminos diversos, lo mismo. ¿Por qué?

Es como volver a preguntarse, ¿y entonces, qué buscamos? Sí, ya sabemos: la Felicidad. ¿Pero qué es? O al menos... ¿Qué no es?

Y acá mientras barruntaba alguna respuesta, fue cuando me acordé de Aristóteles. Pero mejor lo dejamos para la próxima...

De mientras, ¿se atreverá alguien?

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1. Boecio, La consolación de la Filosofía, Ed. Perdidas, Retamar-Almería, España 2005; 100.

Filosofía: Consolación y sentido de vida


Allegoria della Filosofia - Giacinto Brandi
[Colección privada]


Y acá voy saliendo, de a poco, de aquella noche oscura en la que olvidé lo bueno que es la Filosofía. Y los modos en que la soñé para mí; o que Ella me soñó para sí. Y la medida de su relación.
Nos habla a todos otra vez hoy...

«¿No me conoces? ¿Por qué ese silencio? ¿Es la vergüenza o es el estupor lo que te hace callar? ¡Ojalá fuese la vergüenza! Pero no, ya veo que te anonada el estupor».

Parece decirme... ¡Cuánto tiempo ha pasado! E insiste:
«No hay peligro; es sólo un letargo lo que sufre, la enfermedad de todos los desengañados». Dirigiéndose no sé a quién: «“Ha perdido momentáneamente la consciencia; no le será difícil recobrarla, si llega a reconocerme. Para que pueda conseguirlo voy enseguida a limpiar sus ojos, oscurecidos por la nube de cosas terrenales”. Dijo, y con un pliegue de su vestidura enjugó mis ojos bañados en llanto».

«Así, pues, volví mis ojos para fijarme en ella, y vi que no era otra sino mi antigua nodriza, la que desde mi juventud me había recibido en su casa, la misma Filosofía.
–¿Y cómo -le dije- tú, maestra de todas las virtudes, has abandonado las alturas donde moras en el cielo, para venir a esta soledad de mi destierro? ¿Acaso para ser también, como yo, perseguida por acusaciones sin fundamento?

–¿Podría yo -me respondió- dejarte solo a ti que eres mi hijo, sin participar en tus dolores, sin ayudarte a llevar la carga que la envidia por odio de mi nombre ha acumulado sobre tus débiles hombros? No, la Filosofía no podía consentir quedara solo en su camino el inocente; ¿iba yo a temer ser acusada?; ¿iba yo a temblar de espanto, como si hubiera de suceder lo nunca visto? ¿Crees que sea ésta la primera vez que una sociedad depravada pone a prueba la sabiduría?»*.


* La consolación de la Filosofía, Boecio
Libro de finales del s. IV y principios del s. V d.C.

[Fragmentos de la traducción del Latín por Pablo Masa,
Ed. Perdidas, Retamar-Almería 2005]

Contemplar lo pintado: Abdicar. Cuando uno abdica.

Saturno devorando a un hijo - Francisco de Goya
[Museo del Prado, Madrid - ESP]


Pasó mucho tiempo desde la última vez. Y hoy, en un día nublado, y tras una larga noche oscura, me recordé de esto, que sería algo así como... un no sé qué; sencillamente un algo. De lo que abdiqué, o no. Tal vez fue un descanso. O un letargo del que me despertó una gran persona, al decirme con sencillez "¿qué pasó con aquello de...?". Curiosamente me olvidé.

Olvidar y abdicar...

Siempre viajando, viviendo en nuevas ciudades y aprendiendo nuevas lenguas, me pregunté: ¿Hasta cuándo? Y además, ¿qué pasaría cuando uno abdica?

Abdicar. Ésta vez el juego es inverso: lo pintado nos contempla. Y nos refleja. Me acordé de la última vez que estuve en Madrid, en el Prado. Y así intenté explicarme lo sucedido...

En Saturno estamos nosotros. Y también estamos nosotros en sus manos. Es el hombre que devora al hombre. Pero no es el “hombre que devora” en un sentido abstracto, ni somos nosotros “el hombre devorado” bajo un aspecto victimario-referencial. Como si el otro, los otros, nos devorasen a nosotros. En la mitológica escena que pintó Goya, somos nosotros el devorador y el devorado. Sí señor. Y no estoy hablando de canibalismo, ni siquiera de antropofagia. Hablo de una especie de autodestrucción. Hablo de fagocitar no sólo como pronominal, sino que también como exclusivo de la primera del singular…

Tengo para mí que Saturno abdicó dos veces. Al principio y al final. Al principio de lo que era hasta entonces, y al final de lo fue a partir de aquel momento.

Tal vez soy injusto y en Saturno no estén todos, o algunos de ustedes. Saturno soy yo; que soy capaz de destruirme a mí mismo y de perderme, en un sentido metafísico. Todo por el poder, transitorio y transitivo. Aunque, todavía no puedo hablar del poder. Es algo muy espiritual.

¿De qué cosas abdico cuando abdico? ¿Por qué cosas me destruyo? ¿Cuáles son las que me consumen? ¿Qué me devolverá la dignidad? ¿Quién logrará vencerme? ¿Quién me dará lo que yo era antes de que yo mismo me lo quite?

Disculpen mi sinceridad: éste de Goya debe ser uno de los mejores espejos al óleo…